domingo, 11 de octubre de 2009

ANDANTE SOSTENUTO

No se quien dijo que la música puede ayudar a encontrarse a uno mismo, pero creo que es bastante real.
En este atardecer madrileño después de escuchar una de mis melodías preferidas, me di cuenta de que la música actuaba en mí como un bálsamo maravilloso, que bajo su influjo recuperaba la emoción de vivir y me hacía vibrar ante su belleza.

ANDANTE SOSTENUTO

Cerró los ojos... El cosquilleo de la arena en la planta de los pies le producía el efecto de un fogonazo que iba iluminando, uno a uno, todos los poros de su cuerpo. Ana percibe también la suave caricia de las olas. Era maravilloso volver a encontrarse con la energía del Mediterráneo. Al adentrarse en él, y sentir el abrazo envolvente del mar, todo su ser se conmueve. Adora la fría evanescencia del agua. Da vueltas sobre sí misma flotando sobre la superficie; cielo, agua, gaviotas, algas, más y más vueltas..., la emoción sigue in crescendo. Los vibrantes gritos de la viola...
¡Ay, los recuerdos! Los amorosos y cálidos brazos de Carlos, la apretaban con fuerza, para rescatarla del seno marino. A veces se mostraba celoso ante la voluptuosidad de ella al ser mecida por el mar. Decía estar tan enamorado. ¿Qué sentido tendría haber fingido de aquella forma? Estaban a punto de casarse...
Sumerge su cabeza en las transparentes aguas y escudriña en las interioridades del mar. Al volver al mundo exterior y respirar mirando al cielo, Ana comprueba que es tan azul y maravilloso como siempre, y que las gaviotas y las algas siguen allí igual que en aquellos veranos inolvidables. Igual que los anhelantes deseos que emite el violín...
Desde muy niña sus vacaciones preferidas eran las que pasaba con su abuela, en la casa que ésta poseía a orillas del mar. Allí se había hecho amiga de Teresa, una niña del vecino pueblo de pescadores. Juntas jugaban en la playa y soñaban con mundos lejanos y desconocidos. A veces veían hermosas sirenas de largas cabelleras rubias que tomaban el sol en las rocas lejanas, e incluso querían convencer a otras muchachas que jugaban con ellas, de la realidad de sus afirmaciones. Teresa les acercaba unos viejos prismáticos y las reñía porque las infelices decían no ver nada.
Al recordar su niñez, Ana, comprende lo afortunada que fue al conocer a Teresa. Son amigas desde entonces.
Más de veinte años de profunda y sincera amistad. Han seguido caminos distintos aunque las dos desarrollan actividades creativas. Ana dio forma a su pasión por la música convirtiéndose en una gran violonchelista. Nadie que conociera a Teresa se sorprendería al saber que ésta se había dedicado a escribir.
Ana se siente inmensa, en cada brazada. Es como si su cuerpo cobrase fuerza en contacto con el mar. Nada hacia la playa...En la orilla se tiende boca arriba como una naufraga extenuada... Las olas aún siguen acariciándola, acarician sus piernas..., ¡sus piernas!... Los amorosos gemidos del violonchelo...
Sus labios tienen el salado sabor del mar, pero no, no ha sido el agua marina quien los ha impregnado, sino sus lágrimas.
Ana deja los auriculares sobre la mesa y acciona su silla de ruedas hacia el teléfono.
Hace dos años que Ana Hurtado se quedó parapléjica a consecuencia de un accidente de tráfico. El coche que conducía su prometido, Carlos Díaz, a una velocidad endiablada, derrapó en una curva. A él no le sucedió nada. Afortunadamente Carlos resultó ileso. A los pocos meses, se olvidó de Ana dejándola en la más absoluta de las desesperaciones.
Desde entonces, Ana se dedicó a vegetar recreándose en su desgracia. No habían servido de nada los consejos y el cariño de sus familiares y amigos que ya han dejado de insistir. Sólo Teresa persiste y la aburre con sus recomendaciones para que se agarre a la música como tabla de salvación.
Teresa se asustó al coger el teléfono y ver el número de Ana en la pantalla. ¿Le habría pasado algo? Después del accidente nunca la llamaba. Inmediatamente, al escuchar el tono de la voz de Ana, Teresa se tranquilizó.
- Cuando quieras organizas todo para irnos de viaje.
- Qué alegría, por fin reaccionas. Sabía que lo harías. Te quiero, Ana.
- Yo también Teresa. Tu amistad es una de las realidades más hermosas de mi vida. ¿Sabes?, tenías razón. La música me ha devuelto las ganas de enfrentarme a lo que me depare la existencia. Ha conseguido que mi espíritu despertara demostrándome que hay muchas formas de seguir sintiendo la vida.

María Teresa Álvarez

Madrid, octubre de 2009