viernes, 11 de septiembre de 2009

CASABLANCA


Es muy posible que me equivoque si digo que todo el mundo al escuchar el nombre de Casablanca, lo primero que recuerda es la famosa y romántica película protagonizada por Ingrid Bergman y Humphrey Bogart.


Resulta evidente que para mi generación y unas cuantas posteriores sea así, aunque a los más jóvenes no les suene para nada esa película.

Todo este preámbulo viene a cuento porque este mes de agosto he tenido que quedarme en Madrid, con lo cual no he podido disfrutar de esos maravillosos atardeceres cerca del mar- como el que aparece en esta página tomado en la playa de Salinas- pero sí he podido conocer mejor los atardeceres madrileños que son en verdad hermosos. Pues bien, algunas tardes desde la piscina a la que de vez en cuando subo a darme un chapuzón puedo disfrutar de unas vistas increíbles de Madrid. Una de ellas, tal vez por la luz especial de las tardes de agosto o porque en realidad se parece, me recordó la misma imagen que yo veía desde el hotel en la ciudad de Casablanca, donde por cierto no se rodó la película.

El famoso Café de Rick, que es reivindicado en varias ciudades, también fue pura recreación. Yo estuve en dos de esos lugares en los que aseguran que allí se rodó. El de Casablanca es totalmente ficticio, sin embargo, el otro, uno de los salones del hotel Raflex de Singapur, es mucho más creíble.

Pero debo confesarles que mi relato esta tarde no es para la película de la que lógicamente me acuerdo nada más escuchar ese nombre, sino para unos personajes en los que detuve mi atención cuando pasaba unos días en la ciudad de Casablanca.

Era verano como ahora, las once de la mañana en la piscina de un hotel del que no recuerdo el nombre, tampoco me esfuerzo para recordarlo. No había mucha gente. Algunas parejas, y una chica joven con un muchacho de unos nueve años. Tuve la sensación de que eran madre e hijo. Tanto por el comportamiento de uno, como del otro. Ella, sobre todo, estaba muy pendiente del chico.

La verdad es que no se la razón por la que me fijé en ellos. Era como si aquel no fuera su lugar. Hoy, califico mi apreciación como absurda; porque podían estar de vacaciones, como yo. Y si ella consultaba el reloj con insistencia, no significaba más que esperaba a alguien. Pero lo cierto era que trasmitían cierta incomodidad.

Al cabo de una media hora la mujer sonrió a un hombre que le doblaba la edad y que le dio un beso. Pero ni miró al muchacho, lo que me llevó a pensar que no era un familiar. Podría ser un amigo, su jefe, un compañero de oficina, su amante... De lo que no cabía ninguna duda es que era una persona muy mal educada y poco amable Lo cierto fue que dejé de prestarles atención. No suele interesarme la vida de los demás.

Seguí leyendo, aunque las risas, las zambullidas del chico y todo tipo de ruidos me hicieron que volviera a fijarme en ellos. La supuesta madre, hacía unos minutos solícita y amorosa, ahora no le prestaba ninguna atención al muchacho que ya no sabía qué hacer para llamar la atención. Quería que su madre se fijara en él.

Vi la tristeza reflejada en los ojos de aquel niño y también el odio que despertaba en él aquel personaje que tomaba el sol al lado de su madre y que la acaparaba por completo privándole a él de sus atenciones.

Sentí una gran pena. Me hubiera gustado ayudarle. Nunca lo olvidaré. No se quien era, ni como se llamaba...

Resulta curioso observar como a veces el comportamiento de personas anónimas queda grabado en nuestra mente, debido, sin duda, a la reflexión que nos ha llevado, por la impresión causada.

Reconozco que jamás olvidaré los ojos de aquel muchacho que hoy puede tener alrededor de treinta años. Y no puedo evitar el preguntarme que habrá sido de él. ¿Se habrán repetido más veces situaciones similares? ¿Con que mecanismos se defendería su corazón? Espero que hoy sea un hombre sin traumas, ni complejos. Ese es mi mayor deseo para aquel muchacho que se sentía marginado, aunque fuera de forma momentánea.

En este atardecer madrileño su recuerdo me ha servido para pensar lo importante que es fijarse en las necesidades de los demás; sean niños, mayores o viejos y en la medida de lo posible prestarles nuestra ayuda.

Y también, para comprobar, como esta vivencia comparte protagonismo con la famosa película, cuando escucho el nombre o pienso en Casablanca.

Madrid, agosto 2009

María Teresa Álvarez